domingo, 11 de agosto de 2013

Paciente entre "primos" e "iguales"

Bueno. Acá estoy. La verdad es que no sé por donde empezar (como si alguna vez lo supe).
Estoy en una de esas noches en que entre frazadas, con mi celular a la izquierda sobre mi mesa de luz y mi taza de cafe color marron y te con leche, "sobrevolando" mi nariz al ritmo de alguna conversación ajena a lo lejos, trato de seguir el ritmo del segundero de mi reloj. Siempre tratando de encontrar algún error en la secuencia... "tic...""tac...", en fin, "tictacs" que en realidad nunca son iguales...
Anoche tuve la genial idea de ponerme mi bata azul de baño. Fue muy raro, pero allí estaba... colocándome el cinturón mientras me lamentada no haber ido al supermercado por azúcar. #AgostoConA me activó. Tal vez las paredes me hayan visto vomitar palabras sobre algo, aunque no se bien sobre que. Rastros no han quedado de aquel fallido intento por reencontrarme. Lo cierto es que empecé un hermoso trabajo. Estuve entretenido por horas. Primero un mapa y después el diseño de un regalo que significaría mucho al menos para mi, su remitente. Entre mates amargos abrí el cuaderno y lo vi. Era la letra de mi abuela. En la ultima hoja, en el reverso, describía un sueño. Bah... habían números. Alcé la vista en busca de algo, aunque ignoré qué. En la pila de cajas de zapatos del ropero alcanzaba a verse del lado izquierdo un cuaderno de espirales. Era pequeño pero ¿cómo olvidarlo? Fue mi ultimo diario o mejor dicho, mi ultimo "borrador de entradas de blog". Llevaba dos años entre los libros. Había esperado mi regreso. Paciente entre "primos" e "iguales". No me había visto en años pero sus hojas temblaron al sentirse observadas por un rostro que miraba asombrado la inspiración de un pasado no muy lejano. Tal vez vieron mis canas y algunas heridas en mi mirada. Desde aquel entonces no han dicho una sola palabra. Tan solo disfrutan de aquel placer, de sentirse leídas.
Prometí que por un tiempo no habría mas números. Volví a revisar la cocina veinte veces antes de salir.
Recordé que en algún momento mis manos construían, mis ojos proyectaban, mi voz tranquilizaba... que en algún momento aquellos 9 capítulos se hicieron 12 en plena guerra... en que el mundo se empecinó en leernos la mente... en que creé recuerdos de los que ahora no puedo escapar, recuerdos errantes que buscan algún lugar en mi mente de personas que nunca sabré si existen.
Acá está la armadura que solía usar Jorge, Alejandro y en ciertas ocasiones Fabri. Una armadura que se abrió paso a lo desconocido, que eligió a sus aliados con amor y a sus enemigos con prudencia y cautela. Una armadura que se hizo de grandes hazañas sin haberlas deseado y que volteó barreras enfranqueables con tan solo una palabra.


1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Cuándo volvés a regalarnos esa realidad tan maja que atrapa tu prosa?
Te esperamos encantador urbano nuestro.-