sábado, 16 de julio de 2011

Un "petit trip".

Parece mentira que la lista de favoritos sea como un diario de los últimos meses. Cada ítem de mi vida se ve reflejado en esa lista. Vuelvo a buscar links y entre ellos encuentro rastros de algún recuerdo. El más llamativo fue el de un documento sobre anestesia de cuando se me inflamó las cara meses atrás durante una semana por la colocación indebida de una anestesia local en la encía. Pero estos pasajes en nada se comparan con las experiencias vividas en un pequeño “trip”. Ocasión propicia para despejar la mente y donde te encontrás con personajes que hace diez años usaban pañales y hoy se afeitan sin que les salga barba, o directamente, no entran en un asiento. Como me paso con ese tipo (que nunca supe su nombre, era “el tipo”) que por años estuvo a cargo el “pool de Saldaña” (hoy transformado en un gran polirubro) y luego, de la hamburguesería “Joselito” (hoy Direct TV) por Colon, que sigue estando exactamente igual desde hace quince años, estancado dichosamente en el tiempo. “Ese tipo” salido del “GTA San Andreas”, estilo cubano, formo parte de ese elenco que participo en mi infancia.
Creo que el comienzo de la aventura lo marca el escenario de partida: un lugar público, grande y atestado de gente. Bajo del remis con dos cajas llenas de libros, el bolso y la mochila. De verdad que pesan mucho. Primera misión es parar la oreja y “relojear” todo alrededor. El lugar está repleto de “gente de todas clases”. Cuando digo de todas clases significa literalmente todo lo que tu mente llegue a imaginarse. ¿Un breve consejo? Jamás despegues más de tres segundos la vista de tus pertrechos.
Podes desde llegar a encontrar a la mujer de tus sueños, que solo te desafía con la mirada desde lejos atada a su marido, hasta a un ladrón de billeteras de Nepal que simula ser inválido. Girás a la derecha y encontrás a un par de chicos con la remera de boca teñidos de rubio (en realidad manchados con agua oxigenada, desteñidos). La espera se hace larga y tarde o temprano te encontrás con conocidos, algunos que saludan otros que no. El ejemplo más claro el de un payaso que cada vez que te ve se hace el empresario y toma el celular para consultar el saldo. ¡Qué ocupado! ¡Por Dios!
Voy a despachar las valijas. Hay tres personas, cada una, con un rol definido. Una simple tarea pero aparentemente se les complica y más cuando tienen que pedir propina (es decir cuando están autolegitimados para exigir) y, luego repartirla. Esto sería lo de menos sino fuera por su asquerosa y patética intromisión en la intimidad de cada uno de los pasajeros. Se ha vuelto una tradición transmisible casi hereditariamente entre los “maleteros” el hecho de preguntar a cada uno hacia donde van. Ignoro la razón (si es que es posible que la haya) de su afanosa curiosidad. Algunos quizá lo consideren como de “buena suerte”, otros como un acto alevoso de avasallamiento moral. Digo, el colectivo se dirige a un solo lugar: Paso de los Libres. Segundo y creo con razón: ¡Que te importa! ¿Está incluida como condición indispensable de operatividad de la garantía o del seguro? ¿Será una de esas formas sacramentales indispensables para viajar en paz o entregar en depósito voluntario las valijas? No me da tiempo de seguir preguntándome y mucho menos de buscar una respuesta. Atrás, sobre mis talones una mujer de cincuenta años con su valija “carrito de garrafas” ya me está pisando y empujando. ¡Señora espere! (ya estoy por matar a alguien). Dios mío…
Se me acerca un gordo, vendiendo... ¡escucha!: “cuchillos de carnicería”. Al sentir el rechazo en el primer intento ofrece el segundo producto (primero en el ranking de ganancias): un reloj pulsera, sin estuche, por cincuenta pesos. Vuelvo a rechazar y baja la oferta a cuarenta o cincuenta y un cuchillo de regalo. Todo en voz baja como que lo iba a caer la DGI o la cana.
¡Dios mío! Pagas un pasaje vip para recibir un buen trato que quedo en letra muerta al reverso del boleto. La película estaba empezada cuando subimos y para completar en un televisor de la época de ñaupa. ¿Dónde están los LCD que pusieron cuando inauguró el trayecto de larga distancia? Si eso fuera todo estaría acostado disfrutando del final y del comienzo de la otra pero jamás hubo otra ¿¿¿??? ¡Nunca más! ¡Te pongo la cruz! ¿Cómo me vas a traer la cena a las 22 horas? ¡Te odio por haberme dado Mirinda y no Pepsi! ¿Para quién te la guardas chofer? ¡Te voy a reventar! Esa fue la gota que rebasó el vaso. Las disculpas están de más, porque me querés agarrar de boludo. ¿Y donde esta mi cena? ¡Te estoy pagando 90 mangos loco! ¿Me das un pan de hamburguesa con una chapa de queso? ¿Qué es esto? ¿Seis galletitas sin sal? DECIME ¿QUE ES ESTO?
Al rato y para variar empezamos a descubrir nuevos personajes como la mujer que estaba cruzando el pasillo que se paso con su linternita que había comprado en la terminal a un vendedor ambulante leyendo una revista de imágenes y comentando con la vieja que estaba a su lado. Intenté colgarme en las estrellas a través de la ventana pero a poco de haber comenzado el espectáculo alguien me toca el hombro y me pide que cierre las cortinas. Molesto todo el viaje con su “linternita” y ahora porque la señorita decide dormir ¿todos tenemos que hacerlo? “¿Qué?” Al rato saca la mitad del sándwich que había guardado en su cartera y me ofrece. Dios… (¿Estará hablando en serio? ¿Estará senil? ¿Me toma el pelo?) y la mitad del vaso de Mirinda que guardo en el posavasos. ¿Dónde está la cámara?
Cuando pensaste que era la última y desagradable galletita volvés al paquete y aun quedan tres. Hubiese deseado que fuese una sola a pesar que el hambre me invadía. Cada vez que volvía había más. Fue como si en vez de seis hubiesen sido veinte. Bueno, las llamas en pena invadieron mi cuerpo por un rato. Era cuestión de esperar solo unas horas más…
Creo que fue durante la entrada a la ciudad… ¡sí! pues divisé a los camiones haciendo cola al costado de la ruta cuando mi vecina toma su celular (con un ringtone insoportable) y llama a la casa de sus anfitriones para decir a los gritos que estaban llegando y que “veían luces” (¡Dios mío! ¿Dónde estoy? ¿En Marte?). Ese momento me hace acordar a una de las primeras visitas a Bs. As. donde todos gritábamos sin “ton ni son” “¡ese es el obelisco!” como treinta veces pegados al vidrio del taxi. Lo peor lo pasaban los grandes que eran los avergonzados por venir del “interior”.
Lo siguiente me lo guardo en la memoria porque como dice mi amigo R.S.M. “lo que me saca es la obviedad” y tiene toda la razón. Mi familia se adelanta a los hechos y eso a veces suele volver tensos a ciertos momentos. Como soy demasiado histérico no puedo permanecer neutro o ser inmune durante esas escenas. No cambio más…


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